“La libertad no se conquista de una vez para siempre, hay que conquistarla cada día”, escribió Julio Ramón Ribeyro. Y es cierto: la libertad es más que una palabra bonita o un concepto abstracto. Es un derecho fundamental, un anhelo profundo… y también, muchas veces, una promesa rota.
Vivimos en sociedades que, aún llamándose democráticas, imponen reglas, discursos únicos, silencios forzados. Hay regímenes que hablan de libertad mientras restringen la opinión, que colocan las supuestas libertades de unos por encima de los derechos de otros. Cuando la libertad de un grupo hiere, humilla o silencia a otro, no estamos ante un acto de justicia, sino de abuso. Expresar una opinión divergente se ha vuelto un riesgo. El miedo a represalias, cancelaciones o estigmatizaciones nos lleva al silencio. Hoy muchos prefieren callar antes que ser señalados por grupos extremos que creen tener el monopolio de la verdad y de la libertad. Conquistar la libertad significa también atreverse a decir basta:
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